Un Código de
Anahuac ha dicho: "Los Dioses crearon a los hombres de madera y después de
haberlos creado los fusionaron con la divinidad"; más luego añade:
"No todos los hombres logran integrarse con la divinidad".
Incuestionablemente
lo primero que se necesita es crear al hombre antes de poder integrarlo con lo
real.
El animal
intelectual equivocadamente llamado hombre en modo alguno es el hombre.
Si nosotros
comparamos al hombre con el animal intelectual, podremos entonces verificar por
sí mismos el hecho concreto de que el animal intelectual aunque físicamente se
parezca al hombre, psicológicamente es absolutamente distinto.
Desafortunadamente
todos piensan erróneamente, suponen ser hombres, se califican de tales.
Siempre
hemos creído que el hombre es el rey de la creación; el animal intelectual
hasta la fecha presente no ha demostrado ser siquiera rey de sí mismo; si no es
rey sus propios procesos, psicológicos, si no puede dirigirlos a voluntad,
mucho menos podrá gobernar la naturaleza.
En modo
alguno podríamos aceptar al hombre convertido en esclavo, incapaz de gobernarse
a sí mismo y convertido en juguete de las fuerzas bestiales de la naturaleza.
O se es rey
del universo o no se es; en el último de estos casos incuestionablemente queda
demostrado el hecho concreto de no haber llegado todavía al estado de hombre.
Dentro de
las glándulas sexuales del animal intelectual el sol ha depositado los gérmenes
para el hombre.
Obviamente
tales gérmenes pueden desarrollarse o perderse definitivamente.
Si queremos
que tales gérmenes se desarrollen, se hace indispensable cooperar con el
esfuerzo que el sol está haciendo para crear hombres.
El hombre
legítimo debe trabajar intensivamente con el propósito evidente de eliminar de
sí mismo los elementos indeseables que en nuestro interior cargamos.
Si el hombre
real no eliminara de sí mismo tales elementos, fracasaría lamentablemente; se
convertiría en un aborto de la Madre Cósmica, en un fracaso.
El hombre
que verdaderamente trabaje sobre sí mismo con el propósito de despertar
conciencia, podrá integrarse con lo divinal.
Ostensiblemente
el hombre solar integrado con la divinidad, se convierte de hecho y por derecho
propio en SUPER-HOMBRE.
No es tan
fácil llegar al SUPER-HOMBRE. Indubitablemente el camino que conduce al
SUPER-HOMBRE está más allá del bien y del mal.
Una cosa es
buena cuando nos conviene y mala cuando no nos conviene. Entre las cadencias
del verso también se esconde el delito. Hay mucha virtud en el malvado y mucha
maldad en el virtuoso.
El camino
que conduce al SUPER-HOMBRE es la Senda del Filo de la Navaja; esta senda está
llena de peligros dentro y por fuera.
El mal es
peligroso, el bien también es peligroso; el espantoso camino está más allá del
bien y del mal, es terriblemente cruel.
Cualquier
código de moral puede detenernos en la marcha hacia el SUPER-HOMBRE. El apego a
tales o cuales ayeres, a tales o cuales escenas puede detenernos en el camino
que llega hasta el SUPER-HOMBRE.
Las normas,
los procedimientos, por muy sabios que sean, si se encuentran enfrascados en
tal o cual fanatismo, en tal o cual prejuicio, en tal o cual concepto puede
obstaculizarnos en el avance hacia el SUPER-HOMBRE.
El
SUPER-HOMBRE conoce lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno; empuña la espada
de la justicia cósmica y está más allá del bien y del mal.
El
SUPER-HOMBRE habiendo liquidado en sí mismo todos los valores buenos y malos,
se ha convertido en algo que nadie entiende, es el rayo, es la llama del
espíritu universal de vida resplandeciendo en el rostro de un Moisés.
En cada
tienda del camino algún anacoreta ofrece sus dádivas al SUPER-HOMBRE más éste
continúa su camino mas allá de las buenas intenciones de los anacoretas.
Lo que
dijeron las gentes bajo el pórtico sagrado de los templos tiene mucha belleza,
pero el SUPER-HOMBRE está más allá de los dichos piadosos de las gentes.
El
SUPER-HOMBRE es el rayo y su palabra es el trueno que desintegra a los poderes del
bien y del mal.
El
SUPER-HOMBRE resplandece en las tinieblas, más las tinieblas odian al
SUPER-HOMBRE.
Las
multitudes califican al SUPER-HOMBRE de perverso por el hecho mismo de que no
cabe dentro de los dogmas indiscutibles, ni dentro de las frases piadosas, ni
dentro de la sana moral de los hombres serios.
Las gentes
aborrecen al SUPER-HOMBRE y le crucifican entre criminales porque no lo
entienden, porque lo prejuzgan, mirándolo a través del lente psicológico de lo
que se cree santo aunque sea malvado.
El
SUPER-HOMBRE es como la centella que cae sobre los perversos o como el brillo
de algo que no se entiende y que se pierde después en el misterio.
El
SUPER-HOMBRE ni es santo ni es perverso, está más allá de la santidad y de la
perversidad; más las gentes le califican de santo o de perverso.
El
SUPER-HOMBRE brilla por un momento entre las tinieblas de este mundo y luego
desaparece para siempre.
Dentro del
SUPER-HOMBRE resplandece abrasadoramente el Cristo Rojo. El Cristo
revolucionario, el Señor de la Gran Rebelión.
Samael Aun Weor
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